Balanza
Dibujar
Para realizar una estructura es necesaria la propia estructura: ella es el armazón donde volcar y vaciarse de lo traído, para insistir en la construcción del continuo suceso que va dando lugar a su existencia.
Sobre esta estructura materializamos la vida con todo aquello que nos importa, que nos afecta; que no nos importa, que nos da igual; hasta el punto de modificar continuamente lo que vamos siendo: dibujantes que nos dibujamos con los transcendentes trazos que configuran nuestra esencia y con otros, superfluos, que no sabemos ni porqué los dimos, incluso, ni porqué los damos. Y da igual a qué nos dediquemos, todos somos dibujantes que nos dibujamos.
Caminamos, respiramos, nos abrazamos, hablamos... oímos, dormimos..., todo lo que hacemos expresa nuestro dibujo, expresa lo íntimo –lo que hacemos nuestro a partir de lo que está afuera–, que, fragmentado, extraído y mostrado fuera, en nuestro exterior, pierde su densidad según se va mezclando con las expresiones de otras intimidades y con otras cosas del mundo.
Esta exteriorización llevada a lo que reconocemos comúnmente por dibujo: el trazo sobre una superficie o, aún, siendo más específico: el objeto realizado por la persona que, por oficio, se dedica a dibujar, en sí, no deja de ser una especialización, una concreción del genérico acto de dibujar pero también, quizá, la que mejor lo representa a través de su objeto: el trazo que aparece como fragmento del continuo suceso de la vida; como anécdota que cuenta algo de lo vivido, o como la pura vivencia del dibujante en ese mismo instante en que dibuja. Cuando dibujamos, la línea de la existencia abandona el silencio del pensamiento y el anonimato de lo que consideramos normal, cotidiano, prescindible, a veces subconsciente... para, absolutamente conscientes, «hacerla tomar tierra», para que sobre el soporte trace el extraño signo que represente la intensidad de ese momento, que se constituirá en vínculo entre el interior y el exterior.
"Cabezotas"
En estos días de encierro y aislamiento algunas de las cosas que hago habitualmente (en tiempos normales; o mejor dicho, normalizados) se han intensificado, pero también tengo que reconocer que la falta de referencias con el exterior estaba produciendo en mi actitud en general y artística en particular, una suerte de abandono. La línea de mi dibujo estaba difuminada, vagaba en la irresponsabilidad de quien está desvinculado, hasta que la conversación telefónica con Jesús, en la que hablamos de hacer una exposición virtual en la Casa de la Imagen, la activó, y revitalizada ha motivado estas palabras y estos dibujos de cabezotas, unas y otros trazados sobre el teclado y la tableta del ordenador.
Cabezotas son personajes que me han acompañado durante toda la vida.
Cabezotas, en esencia, son cabezas que represento con algo parecido a un óvalo o perímetro, con la referencia anatómica de un pequeño garabato o nudo por ojo. A estos esquemáticos personajes les pongo todo que les va a hacer falta (manos, pies, boca, dientes, lengua, sexo..., ...cosas...), pero solamente lo que les va a hacer falta para contar lo que me pasa o lo que he visto, o simplemente lo que quiero expresar; mientras tanto se mantienen hieráticos, como cualquier dibujante –aunque por dentro se esté dibujando–.
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